Del dicho al hecho hay un trecho…
Habían pasado los días y yo seguía atascado en esa tesitura. ¿Por qué debía elegir entre tener tal o cuál sexo? ¿Qué pasaba si se picaba algo de aquí y algo de allá?
Lo cierto era que lo sabía muy bien. Que la gente supiera que tenía citas, les sonaría bien. El día que me vieran en una zona de cruising, se llevarían las manos a la cabeza y toda mi reputación se habría ido al traste.
Al final, tras sopesarlo durante días, me había decantado por explorar el sexo en el entorno “políticamente correcto” de las aplicaciones móviles y las noches de fiesta por ahí. Por ahora nada de crusing, saunas o cuartos oscuros… hasta no saber si me sentía lo bastante firme y decidido como para poner en riesgo mi reputación. Y que conste que esta decisión me enfadaba conmigo mismo, pero no quería precipitarme. Tiempo habría de explorar el otro lado y romper barreras.
Así que, mientras dos habitaciones más allá, al fondo del pasillo, mi amigo Fénix se descargaba el Tinder en busca de novio, yo, tumbado en la cama, me descargaba toda aplicación de contactos gay habida y por haber.
No era la primera vez que las usaba. Pocos maricas han resistido la idea de curiosear en ellas. Yo no opuse resistencia, aunque es verdad que me saturaba de las mismas de vez en cuando y me las quitaba. Luego me las volvía a poner… y me las volvía a quitar.
En esta nueva época mía, liberada (bueno, “liberada”, porque todavía estaba en la teoría), el enfoque sería distinto.
Cuando abres un perfil en estas aplicaciones, puedes adoptar varias posturas:
- Busco conocer chico y lo que surja… (Que significa: busco novio pero, oye, ¿a quién le amarga un dulce?)
- Busco sexo (Que significa: vamos a quedar a follar YA)
- Y luego estaba la opción: Tengo novio, aquí solo busco conocer gente y hacer amigos. (Que significa: te voy a hacer perder el tiempo mientras hincho mi ego con tus halagos).
Yo ya los cazaba al vuelo, así que a mí no me mareaban más.
Y me puse manos a la obra.
Recordé a Fénix y lo imagine mirando sus contactos en Tinder, y, sin poder contener una sonrisa, negué con la cabeza y le di la bienvenida en mi móvil a Grindr, Wapo, Scruff, Hornet, Gayromeo, 4UBear…
La noche era joven… y Chueca siempre estaba que ardía.
* * *
Al final ir con decisión en la vida, da sus frutos. Titubear era lo que nos separaba del éxito.
Y yo dando conversación por Grindr tenía claro a lo que iba. Por lo menos esa noche.
Una hora más tarde quedé con un tío. Rechazó mi propuesta de encontrarnos en un bar a tomar una copa y conocernos, y me propuso ir directamente a su casa.
Eso puede dar un poco de reparo, pero me había mandado fotos de cara (y cuerpo, por supuesto) y la ubicación, y me pareció que no tenía nada que ocultar, o que no iba con malas intenciones.
Chueca, de noche, cuando sales de fiesta, es bullicio, un local abierto en cada esquina, grupos de maricas de risas en una u otra esquina y, en invierno, frío.
Pero cuando sales al reencuentro de un tipo desconocido, en busca de sexo, todo cambia.
El bullicio parece lejano, ajeno a ti, los locales parecen haber cerrado prematuramente, y los grupos de maricas en la esquina ríen de forma histriónica, rozando las carcajadas desquiciadas. La oscuridad se hace más pesada, y las farolas más que alumbrar las calles, parece que dan luz a futuras escenas del crimen. Lo único que es igual es el frío. Ese frío que traspasa el abrigo, acaricia tus riñones por debajo de la camisa y se cuela en tus huesos.
Como siga bajándome la temperatura corporal, pienso, voy a llegar a la casa del tipo luciendo micropene.
Hacía poco había descubierto que a las pollas se las clasificaba de dos formas: grower o shower, por su terminología en inglés. En español he oído los términos de sangre o de carne, pero me sonaba peor.
Grower era aquel pene que fláccido era pequeño o mediano, nada relevante, pero que luego cuando se ponía erecto crecía de forma considerable. Shower era aquel que fláccido ya mostraba un tamaño considerable, y que cuando crecía, en comparación, no se agrandaba tanto (dado que ya era grande).
Los términos grande, considerable o pequeña son subjetivos, por supuesto.
No he hecho un estudio exhaustivo, eso se lo dejaba a Fénix, pero dado que la mía variaba tanto de relajada a erecta, daba por hecho que era grower. Bromeo con la idea de tatuármelo en la cadera, para que la gente no piense que tengo micropene al salir del agua fría cuando hago nudismo en la playa. ¡Yo qué le voy a hacer si soy tan sensible a los cambios de temperatura!
Giré a la izquierda. Una calle más solitaria aún.
Cuando el tipo me mandó la ubicación, me pareció cerca, a cinco minutos, y así era. Pero ya estaba fuera de los límites de Chueca, y eso…
Ahora ya no era mi pene solo encogido por el frío. Mis testículos se habían guarecido, temblorosos.
Aún así, yo seguía andando en pos del polvo, y me pregunté qué sería esa fuerza interior que nublaba la mente y nos impulsaba a seguir.
Llegué al portal y sin vacilar, llamé al telefonillo.
El corazón me latía con fuerza.
De pronto me asaltaban aún más dudas de qué me esperaba arriba. A las que se añadían las de si mi potencia sexual estaría a la altura. Ahora mismo me sentía como la chica danesa al final del film.
Las dudas sobre mi reputación, por supuesto, habían quedado temporalmente aniquiladas en mi mente.
Contestó una voz normal, en un tono de voz normal.
Me pregunté si acaso no sería un psicópata esperándome con la sierra mecánica en alto. Huir ahora me salvaría de no caer tan bajo de morir por sexo. Por lo menos los machos de las mantis religiosas que eran decapitados lo hacían por una buena razón, la hembra se los comía para adquirir alimento con el que incubar los huevos.
Pero si yo moría, no sería más que otra marica que, sedienta de placer corporal, había sucumbido a los desvaríos psicópatas de un vecino que seguía pasando desapercibido en su vida diaria.
Quizás se debía imponer el raciocinio. La mente fría. Dejar de pensar con la polla.
Me pregunté si, de dar media vuelta y salir de allí corriendo, dejando plantado al tipo, se correría la voz entre los contactos del Grindr. Dos amigas maricas se juntarían y compararían los maromos de sus conversaciones y reconocerían mi perfil. «No quedes con ese que te deja tirado en el último minuto».
Acerqué el rostro al telefonillo.
De pronto caía en la cuenta de que la reputación nos seguía en todas partes. Hiciera lo que hiciera, lo hiciera donde lo hiciera, cincelaba con cada gesto mi reputación. La cargaba a cuestas.
“Soy Ricardo, ¿me abres?”.
Y acto seguido, el chasquido de la puerta.