Fénix Carrier

T2-20 – Ricardo – Freedom

Cogí el coche para ir a visitar a mis padres a Alcorcón. Nada más arrancar, comenzó a sonar Soul free en el radiocasete del coche.

Sonreí.

Dos días antes Fénix y yo habíamos ido al IKEA (al de la Gavia, porque Fénix no se quería encontrar en el de Alcorcón con Miguel, su fallida cita del Tinder) a comprar un par de estanterías para la habitación de cada uno, y algo de menaje de hogar barato pues echábamos en falta, una ensaladera y cubiertos.

Mi amigo, que todavía seguía con su duelo especial hacia George Michael, había grabado para la ocasión un recopilatorio del artista y se había empeñado en ponerlo en el coche. Luego, al subir las cosas al piso a la vuelta, se le había olvidado ahí.

Mientras sacaba mi pequeño coche de las callejuelas del barrio de Justicia y ponía rumbo al sur de Madrid, pensaba que Soul Free era quizás un temazo incomprendido que, mi amigo, había tenido la buena idea de rescatar y meter en el cd. En cualquier recopilatorio de George Michael jamás aparecerá, y sin embargo tiene algo en su ritmo, en la sencillez pero a la vez la fuerza de las percusiones, que hacen que se te vayan los pies.

Y es de agradecer que metiera ese tema en un álbum como Listen Without Prejudice Vol. 1 (su segundo álbum en solitario, tras petarlo con Faith), porque en este disco abundaban las baladas y los medios tiempos, y escaseaban los temas movidos y bailables.

Que George Michael titulara a un disco Vol. 1, ha conseguido que miles y miles de maricas de todo el mundo hayamos acabado yendo a la tienda de discos más próxima preguntando si tenían el Vol. 2, y el dependiente nos mirara sonriente (como el que ve al enésimo adolescente inocente preguntar algo que generación tras generación se venía repitiendo, como un síndrome marica) y dijera que no existía. A las nueva generaciones, que ya todo lo compran online, les responderá Google: que no existe, boba, ¡joder con estas maricas pesadas! No se enteran de nada…

Nunca sabré si la segunda parte nunca llegó a ver la luz por la disminución de las ventas del artista (Listen Without Prejudice es un DISCAZO, pero no lo petó como Faith) y sacar un Vol. 2 de algo que no lo petaba no cuajaba ya, o porque en aquellas alturas salió por peteneras con su discográfica y se enzarzó en rollos de demandas que no acabaron en buen término para el artista. Y así, aquel proyecto, quedó abandonado.

Sea como fuere, el Vol. 2 no existe.

En esas divagaciones andaba, cuando llegué casi sin pensarlo a casa de mis padres.

Comer un domingo con ellos es como volver al pasado, a ese hogar casi perfecto, donde todo es conocido, no solo el entorno, dónde está cada cosa, sino las leyes que lo rigen: sabes cómo se comporta y va a reaccionar todo el mundo, sabes lo que se debe hacer y lo que no, sabes qué es blanco y qué es negro. Es un lugar seguro cuando afuera, en la vida de adulto, las leyes van cambiando a cada paso que das y debes estar siempre alerta.

Pero volver al pasado tiene sus inconvenientes.

“Esta paella está de muerte”, dije, tratando de no hablar con la boca llena, pero con ansias de seguir comiendo a la vez.

Mi padre se echó a reír.

“Cómo se nota que vives solo y que estás muerto de hambre”.

“Luego te llevas un tupper”, me dijo mi madre, orgullosa.

Dios bendiga a las madres y al inventor de los tuppers.

“Te daré otro para Fénix”.

Las comidas en casa de mis padres siempre discurren tranquilamente. Ahora, además, como voy a visitarles una vez a la semana y no convivo con ellos, me han liberado de toda responsabilidad y me tratan como a un rey. Ahora se empeñan en que de la mesa me vaya al sofá, y que no se me ocurra recoger ni un plato.

Pero uno debe ganarse el tupper.

“Vosotros quedaos en el sofá que yo recojo”.

Mi padre aceptó, pero mi madre apareció al rato para revisar que lo estaba metiendo todo correctamente en el lavavajillas.

“El otro día salió en las noticias que habían pegado a un chico en la casa de campo”, me dijo, bajando la voz, seria. “Por lo visto los gays (sí, ella lo pronuncia con A) vais buscando sexo por sitios públicos y hay algún degenerado por ahí que les va buscando y pegando palizas”.

No era que me gustara hablar de esos temas con mi madre, pero entendía que le preocuparan. Aunque, claro, como hijo, solo existe una respuesta:

“Tranquila, mamá, son solo un par de degenerados que andan sueltos por ahí”.

“La sociedad todavía es tan retrógrada, hijo, que me preocupa que un día te pase algo a ti”.

“Ains”, enternecido, la di un achuchón y ella se abrazó a mí.

“Prométeme que tú no harás nada de eso por ahí”, me dijo de pronto.

“¿El qué? ¿Ir pegando palizas a la gente?”, bromeé.

“No”, se apartó seria, “ir buscando sexo en lugares públicos”.

Bienvenidos al pasado.

Y supongo que ante una solicitud así de una madre, solo hay una respuesta posible:

“Mamá, yo haré lo que me dé la gana”.

Me miró como si la hubiera dicho que iba a ir a los sitios a los que pegan a gays para ver si me caía una paliza encima. De pronto pareció confundida.

“Yo… solo digo que tengas cuidado”, dijo, dándome un apretón en la mano y saliendo camino al salón. La retuve del brazo y la atraje hacia mí para darle otro fuerte achuchón. Le di un sonoro beso en la mejilla.

«Uy, ¡cómo te quiero!», exclamé, imitando a las abuelas. Ella se echó a reír.

«Anda, bobo», y se fue emocionada al salón.

Ya a solas, exhalé un suspiro.

Un rato después, tras una siesta en el sofá y un café de charleta con mis padres: de temas triviales y nada concernientes hacia mi vida sexual, gracias a dios, cogí los dos tuppers que me había preparado mi madre y que me entregaba en una bolsa, sonriente y orgullosa, y me despedí hasta la semana siguiente.

Era curioso, pensé, al bajar las escaleras y salir en dirección a mi coche, que llevara yo semanas decidiendo si atreverme a cambiar mi reputación teniendo tales o cuales prácticas sexuales, y ahora hablando con mi madre, sin haberlas practicado aún, le hubiera insinuado que podía llevarlas a cabo.

Me monté en el coche y me eché a reír.

“A veces no me entiendo ni yo”, me dije, a solas frente al volante.

Metí la llave en el contacto y arranqué, y por los altavoces comenzó a sonar Freedom, de George Michael.

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