¿Era indudablemente maravilloso lo que Ricardo había dicho? O, ¿había un límite para aquello de la belleza está en el interior?
Tirando de tópico, la chica rubia buenorra que cazaba un exitoso empresario, ¿pecaba de frivolidad o simplemente se estaba dejando llevar por un impulso innato de supervivencia?
“Quizás la única explicación es que Ricardo tiene el gusto en el culo”, argumentó Marta.
Con el teléfono pegado a la oreja, yo caminaba cruzando la calle Fuencarral con aire presuroso, esquivando a decenas de transeúntes que ya se agolpaban en la zona comercial.
“No puedo dejar pasar por alto que Ricardo, que no es nada del otro mundo pero tiene éxito con los tíos, sienta una atracción más psicológica hacia Chipote, digo Chicote”, dije yo.
“Eso solo confirma que hay dos tipos de atracciones: la física y la psicológica. Pero, Cari, ¿qué más da eso?”
“Marta, ¡no da igual! ¡Trato de entender el amor!”
“Puf! Lo llevas claro”.
“¿Y si pudiéramos sacar unas reglas básicas? ¿Y si todos fuéramos conscientes de las reglas del juego? No sería eso más fácil para todos”.
“¿Qué reglas del juego? Los maricas siempre estáis con eso del top y el bottom y a veces no lo tenéis claro, como para encima tratar de simplificar tanto el amor… Y de nosotros los heteros ya no te quiero ni contar”.
“Lo que quiero decir es que si se cumplen unos comportamientos habituales, conocerlos puede evitarnos darnos de bruces contra muchas paredes. Por ejemplo, ¿y si todo es tan sencillo como que hay machos alfa y machos no alfa? Y que los segundos siempre van a tender a buscar a un primero, y que los primeros nunca se van a sentir a gusto con otro primero, por conflicto de caracteres…”
“Sobre eso ya hay mucho escrito, cari. Pero te recomiendo no leerlo. Te vas a meter en una espiral de libros de psicología barata y autoayuda. Créeme, sé de lo que te hablo”.
Yo no quería eso.
“Pero tiene que haber algo. Unos consejillos, unas señales claras, no sé, un semáforo”.
“Sí te voy a dejar una cosa clara, cari. Ni puedes enamorarte de alguien solo por su físico, ni puedes enamorarte de alguien solo por su carácter. Porque el físico cambia, envejecemos. Y el carácter puede cambiarle también”.
“¿Entonces?”, exclamé.
“Pues que debes enamorarte de un pack”.
“¿El six pack?”.
“No, cari, que haya una atracción tanto física como psicológica”.
“Pero si ya es difícil cautivar a un tío por el físico, ¿cómo voy a cautivarle con ambas cosas?”
“Cari, nadie dijo que encontrar el amor tan ansiado que buscas fuera fácil”.
Tuvimos que dejar la conversación para otro momento, que yo ya llegaba a la puerta de mi trabajo con la hora justa.
Las palabras de Marta no me convencían.
De pronto veía más plausible que la forma de ser de alguien nos cautivara, aunque el físico no nos dijera nada, y aún así sucumbir a sus encantos, que poder enamorar a alguien por el pack completo.
Saludé a mi encargado que estaba en la caja y me fui al almacén a cambiarme. Mientras me ponía los vaqueros del curro y la camiseta, pensé en los machos alfa que podía haber en mi vida. Por ejemplo, mi jefe. Era el encargado de la tienda, él y la segunda eran casi como uña y carne. Él era marica también y, aunque nunca me había insinuado nada, yo había percibido por alguna mirada que se le había escapado, que yo le gustaba.
Yo, que no me consideraba un macho alfa, ¿cómo era que no me sentía atraído por mi jefe?
Una vez, se quedó el sistema medio colgado y estuvimos una hora sin poder cobrar con tarjeta. Había cola de clientes y la compañera que estaba en la caja cobrando entró en pánico, sin saber qué hacer. Mi jefe, sin perder la compostura, le dijo a mi compañera que fuera cobrando por orden a los clientes que fueran a pagar en efectivo, y él hizo pasar a los clientes que solo disponían de tarjeta como medio de pago por su lado del mostrador, para explicarles que no podíamos hacerles el cobro, pero que podían ir a la tienda de la misma cadena en la Gran Vía. Mientras, me había encargado a mí llamar a la central y pedir un técnico de urgencia.
Si lo reflexionaba, sí, aquel comportamiento seguro y decidido de mi jefe le daba cierto atractivo, y como Quasimodo tampoco era, si me esforzaba podía verle guapo… Pero no me despertaba nada.
¡A ver si iba a resultar que yo era más macho alfa de lo que yo pensaba!
Una vocecita interior se rió diciéndome un “ya quisieras tú guapa”.
¿Tendría razón Marta en que había que buscar ese equilibrio entre belleza y forma de ser que nos satisficiera?
¿Significaba eso que ahí afuera había alguien a quién le cautivaría la proporción existente entre belleza e interés psicológico de mi persona?
De pronto buscar el amor no era como buscar una aguja en un pajar. Se parecía más a salir a la calle y buscar entre tantas una pieza de puzzle que encajara conmigo.
La puerta del almacén se abrió de pronto. Pensando en mis cosas mientras me cambiaba, se me había ido el santo al cielo y mi jefe andaba buscándome.
“Fénix, te toca ponerte en la caja, date prisa”.
Me azuzó con un gesto firme del mentón para que saliera ya y me apresuré a ocupar mi sitio.
No sabía si la idea de Marta era muy válida, pero sí tenía una cosa clara: que por muy macho alfa que fuera mi jefe, a mí no me gustaba.