Creo que estar buscando sexo “a saco”, hace que al final, teniendo las mismas o más probabilidades de mojar, te parezca que ligas y follas menos que antes de enfocar el tema de semejante manera.
Tanto darle vueltas al tema, que parece que se te pone todo del revés.
Y luego llega el día menos pensado y…
Estaba en el súper, otro sábado por la mañana, echando un vistazo a la fruta (diría de temporada, pero yo soy de esos que no saben cuál es la fruta de temporada ya). Miraba de soslayo a la gente coger las piezas de fruta y examinarlas para luego dejarlas en sus sitios, sin usar los guantes. Ancianas de manchas en la piel y uñas sucias, hombres de pelo grasiento, mujeres con niños en brazos que probablemente habrían cambiado un pañal escasos minutos antes…
Y de pronto otra mano enguantada en aquella funda de plástico que tanteaba la fruta.
Miré al alma evolucionada, moderna y cívica que cumplía las normas como yo. Y la sorpresa fue grata al ver que se trataba de un tío barbudo, en chándal de algodón, muuuuuy atractivo.
Él alzó la cabeza un instante y nuestras miradas se cruzaron.
Volví a lo mío, pero era obvio que me había cazado mirándole. Me daba cierta vergüenza, pero siendo barbudo, atractivo y yendo en esos chándales que a la altura de la entrepierna parecen delinear y magnificar cosas, ese hombre debía estar ya acostumbrado a que le miraran.
Proseguí a lo mío, y en el siguiente pasillo nos volvimos a encontrar… pero esta vez, era él quien me miraba a mí.
Sonreí cordialmente y seguí echando cosas a la cesta.
Él seguía mirándome, aunque hacía como que dudaba entre los panes de molde a escoger.
Su mirada la notaba en la nuca, intensa. Así que me volví. Él parecía que ya esperaba que lo hiciera.
Nos saludamos con un gesto del mentón y una media sonrisa.
Y sin más, dijo:
“Me llamo Iñaki”, me tendió la mano.
“Yo Ricardo”.
“Vivo por aquí cerca”, añadió, “si quieres te invito a tomar algo”.
El corazón me latía con fuerza, no lo voy a negar, pero tuve suficiente mente fría como para no soltar la compra y salir corriendo en pos del tío con los pantalones ya por los tobillos.
Miré mi cesta.
“No llevo nada que necesite refrigeración, así que si no te importa, pago y vamos”.
Él cogió un pan de molde y asintió, sonriendo satisfecho.
“No te lo vas a creer, Fénix”, entré en casa y vi a mi amigo sentado en el sofá mirando facebook en el portártil, bajo la mirada de aquella lámpara de araña del salón, “he ligado en el súper”.
“¿¿¿Qué???”
Dejó lo que estaba haciendo y vino corriendo tras de mi hasta la cocina. Yo dejé las bolsas sobre la mesa.
“Pues que estaba comprando, y un tío y yo nos hemos mirado y nos hemos puesto a hablar”.
“¡Dios, ese es el sueño de mi vida!”, exclamó. “Ir por la calle y que el amor surja de la forma más sencilla y natural”, le brillaban los ojos. En una película de dibujos su cuerpo flotaría ahora entre burbujas de corazones.
“Nosotros solo hemos follado, pero bueno, ha sido bonito también”.
“Ah…”
Vi el desconcierto en los ojos de Fénix. Yo me puse a guardar la fruta.
“Y… ¿ya está?”, me preguntó mi amigo.
Me encogí de hombros.
“Sí. No sé si volveremos a coincidir. Ni si, de hacerlo, volveríamos a irnos juntos a su casa”.
Lo cierto era que me daba igual. Me conformaba con el gusto para el cuerpo que me había llevado.
“Qué fuerte… Yo no sé si podría volver al mismo supermercado…”
“Si esto te hubiera pasado a ti, estarías ahora fantaseando con conocer a sus padres”, me reí.
“No soy tan exagerado”, se quejó. “Pero esto que me cuentas me da nuevas esperanzas. Tú has disfrutado solo del sexo, pero eso no quita para que me pueda pasar algo similar a mí y yo encontrar al hombre de mi vida”.
De nuevo burbujas de corazoncitos.
Me eché a reír.
“Ahora iré con más ánimos a hacer la compra”, proseguía Fénix, “Fíjate, mi madre toda la vida riñéndome cuando vivía con mis padres por no querer ir nunca al mercado, y ahora va a resultar que está guay la idea de ir allí”.
“Quizás por eso te insistía tu madre. Fénix, hijo, ves al mercado… que no sabes lo que te estás perdiendo”.
Se rió. Luego me miró, curioso.
“Bueno, ¿y qué tal?”
Le sonreí, pícaro.
“Muuuyyyyy biiiiieeeen”.
Fénix rompió a reír de nuevo.