Fénix Carrier

T2-29 – Fénix – El puesto en el Universo II

El puesto en el Universo.

Aquel nuevo planteamiento había dado luz a nuevas esperanzas en mí. Nuevas posibilidades de entenderlo todo, de ver con claridad más allá.

Quizás cuando veíamos a una persona sacarle todo el provecho a la vida no era porque fuera más lista, más guapa, más… lo que sea. Era, sencillamente, porque había dado con su puesto en el universo y actuaba de cara al mismo.

Esa teoría (todavía teoría porque yo no había comprobado nada empíricamente en mis carnes) podía bien explicar muchas cosas:

Por qué al ligar no doy pié con bola.

Por qué se me acercan unos tíos y otros no.

Por qué llevo tanto tiempo dándome de cabezazos contra la pared…

Marta se quedó pensativa cuando hablaba un día con ella por teléfono.

“Esa teoría me suena bien, la verdad”, dijo al final. “Aunque puede que no tengamos una posición fija en el universo. Quizás con los años nos toca evolucionar, ¿no? Quizás a los veinte eres una chica mona recién salida de la universidad que atrae la mirada de los tíos, que huelen la carne fresca, y son ellos los que se te acercan sin parar. Y a los treinta eres una mujer independiente que desprende seguridad e intimida a los hombres, y entonces eres tú la que se tiene que acercar a los hombres”.

No me gustaba cuando estábamos hablando de mí y Marta se lo llevaba a su terreno, la jodía.

Pero su planteamiento me hizo dudar. ¿Estaba yo acostumbrado a interactuar de una forma con el entorno, y con el paso de los años, y el cambio de mis circunstancias, no me había dado cuenta de que me tocaba cambiar?

Esta segunda versión de la teoría del puesto del universo me gustaba menos. No porque ya de primeras insinuara que me había quedado atascado en un proceso de evolución natural, por llamarlo de alguna manera, sino porque suponía que ya no bastaba con encontrar una posición en el universo, sino darse cuenta si con el tiempo había que volver a buscarla y encontrarla.

Dios, qué pereza.

Al día siguiente en el trabajo seguía pensando sobre lo mismo, y si tendría yo valor un día en el súper de acercarme a hablarle a algún tipo e insinuarme.

“Fénix, hoy ponte a colocar el almacén”, me dijo mi jefe.

Colocar el almacén era algo que se me daba bien. Estabas ahí a tu bola, sin necesidad de interactuar con clientes cada dos por tres y te podías concentrar en lo que tenías que hacer: colocar y ordenar, abrir paquetes y contar la recepción de mercancías. No como cuando estabas en probadores, que te tocaba estar pendiente de quién entraba con qué prendas, de si oías algo raro en los probadores (como alarmas arrancadas de la ropa que caían al suelo), recibir con una sonrisa a otros clientes y tener en mente los probadores que estaban vacíos, mirar cuando salían de ellos que llevaban las mismas prendas, y a la vez doblar lo que te estaban dejando y preparándolo en un burro para que se lo llevara otra compañera a su respectivo sitio en la tienda… Al final no podías concentrarte en nada y podía resultara agotador.

Y a solas en el almacén, abriendo cajas, repasando albaranes, y colocando la mercancía en las estanterías, me pregunté por qué demonios el Universo no podía ser así: encontrar una posición cómoda en la que uno se encontrase a gusto y ya está.

¿De veras me iba a tocar jugar en una posición para la que no había nacido? Era como si me dijeran que iban a ponerme en probadores toda la vida.

Prefería que me saliera un forúnculo en el ojete.

De pronto averiguar qué puesto tenía en el Universo era como estar esperando el sorteo para participar en los Juegos del Hambre.

Oí de pronto por el altavoz de la tienda mi nombre.

“Fénix, a probadores de caballero, por favor”.

Accioné mi walky: “Enseguida voy”, respondí alegremente.

Solté el botón de la comunicación y hundí los hombros.

“Yo me cago en mis muertos, joder”, rugí en mitad de la soledad del almacén.

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