Decidir volver a Madrid es una temeridad, lo sé. Cada vez que hablo con alguien (compañeros de la oficina, Svetlana, Cyril, mis padres… ) la gente se echa las manos a la cabeza porque dejo un trabajo y me vuelvo sin nada a España.
Mi cabeza me dice lo mismo. Pero ha llegado el momento de hacer caso al corazón.
Llevo toda la vida tratando de hacer las cosas con cabeza. Y de pronto hacerlas con el corazón me parece lo más correcto.
Con la marcha de mi hermano Enrique, me han quitado un trozo de corazón. No voy a constreñirlo más en pos de la lógica y la razón. Es extraño, pero ahora me resulta sano dejar las riendas a mi corazón. Y de alguna forma, mi mente lo entiende, y cede.
Tampoco soy una loca que se lía la manta a la cabeza. Estos años de trabajo en Francia con escasos derroches me han permitido ahorrar. No vuelvo con una mano delante y otra detrás.
Y también he tanteado el terreno.
Antes de que Fénix y yo nos sinceráramos en aquella fiesta navideña en casa de Matilda, la idea ya me había rondado por la cabeza, y había investigado en internet las posibilidades que tenía al volver a España.
Y no eran halagüeñas.
Madrid y Barcelona seguían a la cabeza de ofertas de trabajo, seguidas de País Vasco y Valencia, pero no había mucho donde rascar. Y eso que estoy en un buen momento. Los treinta es una edad joven (laboralmente hablando) y yo ya he acumulado mis añitos de experiencia. Cumplo mucho perfiles que piden gente entre 25 y 35 años, y que valoran la experiencia.
Eso sí, los sueldos, vistos desde Francia, me resultan ridículos.
Mi cabeza me recuerda que es lo que he elegido, y que debo cambiar el chip y acoplarme al entorno laboral de mi país, pero eso no quita que sea triste lo poco que se valora a un trabajador en España.
La crisis ha propiciado que los sueldos alcancen mínimos que ni imaginaba. Y aún está por ver qué rodea a esa cifra.
En Francia he dado con jefes y jefas modernos, de altas miras, que valoran la profesionalidad más que los amiguismos. Tampoco he visto machismo en mi organización. Quiero especificar bien ese “mi” porque hablo de lo que me he encontrado, no puedo asegurar que todo el panorama laboral galo esté exento de machismo.
Pero España goza de una mala reputación. Escasos derechos laborales para que la mujer compagine vida familiar y laboral, diferencia de sueldos de hasta un 20% con respecto al de los hombres para el mismo puesto de trabajo… El porcentaje de directivas era irrisorio con respecto al de los hombres.
Así que debo suspirar hondo y prepararme para hacer frente a lo que sea.
Y con ese pensamiento, cierro la maleta y miro mi habitación. Ella me ha acunado durante los últimos cuatro años. Después de la casa de mis padres, ella ha sido mi hogar, mi refugio. Aquí me dejo un trozo de corazoncito. Otro más.
La vida es ir dejándose trocitos de corazón por el camino.