Fénix Carrier

T2-33 – Fénix – Guapa con dos copas de más

Estábamos en el patio de la Tita.

“No me puedo creer que volvamos a estar los tres juntos”, Ricardo sonreía.

“Tenía ganas ya de estar aquí”, lo decía Marta, dando un trago a su 7UP.

Ricardo me miró.

“¿Tú no dices nada?”

Apoyé el codo en la mesa alta y estrujé mi mejilla contra la palma.

“Sorry, es que no dejo de pensar en que estaba hablando con un tío supermajo por Whatsapp, y ya no me responde”.

Marta puso los ojos en blanco.

Ricardo retorció el morro.

“Bienvenido a Chueca, Fénix”.

Solté un suspiro.

¿De verdad aquello iba a ser así?

Nadie parecía querer preguntar, pero ya me puse yo a darles explicaciones.

“La cosa es que ha sido un poco fuerte. Es el tipo con el que me enrollé un sábado en el Bearbie”.

Ricardo levantó las cejas y se quedó con su coca-cola a medio camino de los labios.

“¿Y qué ha pasado?”, preguntó, estático.

“Pues que al día siguiente seguimos hablando. Lo cierto era que parecía majo, y así hemos pasado las últimas dos semanas, en las que por pitos o por flautas no hemos podido quedar. La cosa era que no tenía foto en el perfil de whatsapp, y los recuerdos de aquella noche ya se me empezaban a difuminar… Así que le pedí una foto, me mandó una y sí, era el tío con el que me enrollé. Luego él me pidió una a mí, se la mandé… Y ya no me ha vuelto a hablar”.

“Qué fuerte”, dijo Marta, incrédula.

“Eso pienso yo”.

Di un trago a mi tónica.

“¿Es así Chueca?”, pregunté, directamente a Ricardo.

“Ese tío lo que pasa es que es un imbécil”, me dijo. “Por lo menos que te diga que no le gustas, pero que no te deje así”.

Yo no tenía tan claro que quería que me dijeran que no les gustaba a la cara. Lo que me dolía era que la cosa no hubiera surgido. Yo pensaba que la chispa estaba saltando… y no.

“Esto nos lleva a la conclusión de que no hay que enrollarse cuando uno está borracho y no ves las cosas claras”, dijo Marta.

Hundí los hombros.

“Por favor, sedme francos, decidme que no soy el típico tío feo que solo se le ve guapo con dos copas de más”.

Ricardo titubeó y le miré incrédulo.

“Noooo», se apresuró a contestar. “No es que te vea feo, yo creo que eres guapo. Pero no eres mi tipo, no puedo decirte si resultas atractivo. Pero feo no eres”.

“Cari, la belleza es subjetiva”.

Y aquello era un verdad como un templo.

La belleza era como escuchar una canción que te parecía la melodía más maravillosa del mundo y se la ponías a otra persona y… No le transmitía nada.

Podía entender que las personas fuéramos así. Que para algunas otras fuéramos la melodía más maravillosa del mundo, y para otras, nada de nada.

“Eso es verdad, ¡al cuerno la belleza! Uno no sabe nunca cómo atinar con ella”, refunfuñé.

Pero no nos engañemos. Hay canciones que pegan fuerte y le gustan a la mayoría de la gente. Y yo tenía claro cómo se extrapolaba eso a las personas:

“No quiero ser guapo o bello. Yo lo que quiero es ¡desprender follabilidad!”

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