Fénix Carrier

T2-37 – Ricardo – El Oráculo II

“¿Que lo abra yo?”, me dijo Fénix, de pronto alarmado.

“¡Claro! Probemos suerte”, me puse en pie y abrí el armario de la cocina que le correspondía a mi amigo para guardar sus alimentos, las latas y los botes de especias. Cogí la caja de galletas y se la tendí.

Me miró, asustado.

“Yo ya he abierto una. Ahora te toca a ti”.

Tragó saliva y la cogió. Le tendí las tijeras de cocina para que sus dedos no se volvieran a frustrar abriendo la caja.

Esta vez la abrió con rapidez. Podía ver sus dedos temblar con nerviosismo. Los metió por el lateral y apresó el paquete, pero vaciló antes de sacarlo.

“Fénix, ten presente de antemano que INTELIGENTE no te va a llamar El Oráculo”.

Se armó de valor y sacó las galletas.

Miró las letras y sus hombros se relajaron de golpe.

“Esto no significa nada”, dijo, dejando el paquete sobre la mesa.

Eché un vistazo y leí las letras en voz alta: SMEA.

“Mear ya sé que meo”, atajó él, viendo mis intenciones.

“Quizás sean siglas”, aventuré, “Soy Muy Estrecha, Amores”.

“Lo pondré en mi perfil de Tinder”, dijo, y sin más abrió el paquete de galletas y cogió una, llevándosela a la boca.

Aproveché a servir los cafés.

“Te robo una galleta”, eché mano del paquete abierto. Mi amigo no se había dado cuenta, pero había acabado abriendo el segundo paquete, en lugar de desprecintar totalmente el primero. Me comí la S, de SMEA, mientras miraba de reojo el otro paquete: PUTA.

A Fénix no se le escapó. Todavía con la boca llena, se apresuró a tragar.

“No le des más vueltas”, dijo, serio, “además, en el fondo todos somos un poco putas”.

Por mucho que fuera mostrando que ese tipo de cosas me resbalaban, me di cuenta de que oír aquello me reconfortó.

Cogió otra galleta y la comió con avidez. Yo devolví el primer paquete a su caja.

“Esta noche se lo enseñamos a Marta”, dije.

Fénix rió.

“Yo ya no voy a comer más”, me dijo, tomando el paquete abierto para guardarlo. Pero antes, me lo tendió. “¿Quieres coger alguna más?”.

“Una más si no te importa…”

Antes de que pudiera meter mano a las galletas, sonó una musiquilla desde el fondo del pasillo.

“¡Es mi móvil!”, Fénix me dejó el paquete enfrente para que cogiera más y salió pitando hacia su habitación.

Le oí contestar al teléfono y cerrar la puerta para tener intimidad. Eché mano de una galleta y me quedé con los dedos sobre la primera del montón empezando por la derecha.

Fénix y yo habíamos empezado a coger galletas al tuntún: yo la S, él la E y luego la A. Y de pronto, tras aparecer las letras de las galletas que había debajo, se formaba: AMOP.

Mis dedos todavía seguían tendidos sobre la P. Con cuidado, levanté la galleta y miré qué letra venías tras ella.

Sonreí y volví a dejar la P en su sitio.

Sin comerme la segunda galleta, guardé el paquete en la caja y se las coloqué a Fénix en su armario de la cocina.

Ojalá aquello fuera un oráculo, pensé, y aquel mensaje lo recibiera quien debía recibirlo.

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