Fénix Carrier

T2-38 – Marta – Ganas de llorar

Por fin una jodida entrevista de trabajo.

Llevaba meses echando curricula, desde antes incluso de regresar a España, y justo cuando ya pensaba que no me iban a llamar de ninguna oferta, sonó el teléfono.

Debía reconocer que por ahora que económicamente me podía permitir seguir sin trabajo, estaba aplicando solamente a trabajos del mismo nivel de responsabilidad que manejaba en Francia.

Que la idea es avanzar, no ir hacia atrás.

“Así que has llevado un equipo de diez personas a tu cargo…” decía el entrevistador, cuando me encontraba a solas con él en aquel frío despacho. Leía mi curriculum como si fuera la primera vez que lo veía.

“Sí, preparando el desarrollo web para el ministerio de sanidad francés. Yo en realidad trabajaba para la subcontrata que había ganado el contrato de desarrollo del software”.

“Ah, es verdad, aquí pone que has trabajado en Francia”.

Joder, no se había leído mi cv.

“¿Hablas francés?”

¿Usted qué cree?

“Tengo un nivel fluído. Quizás un C1 en la designación europea”.

“¿Quizás?”

“Sí, no tengo titulación oficial de idiomas, pero puede ver en mi curriculum que he trabajado 4 años en Francia, y tiene el teléfono y el email de mis responsables en los diferentes puestos que he desempeñado, para poder contactar con ellos y predirles referencias. Creo que, para los idiomas, no hay mejor referencia que esa”.

El entrevistador leyó las referencias, sin dar muestras de estar muy convencido.

“¿Y por qué te has vuelto de Francia? ¿Se acabó el trabajo allí?”

“No, he pedido el cese voluntario porque quería regresar y estar cerca de mi familia”.

Vi al entrevistador parpadear, un tanto atónito.

“He leído en tu ficha de aplicación que esperas un sueldo bruto de unos 36000€ anuales, ¿verdad?”

“Sí, creo que por el puesto que describen en la oferta, y mi perfil profesional, es una cuantía adecuada”.

El entrevistador cerró mi cv.

“En nuestra empresa le salario medio son 24000€ brutos anuales. Como comprenderá a una recién llegada no podríamos pagarla la cantidad que usted propone”.

Me río yo de las medias.

“¿Y qué cantidad proponen ustedes para una recién llegada que va a ocupar un cargo de responsabilidad en su empresa?”

“18000€ brutos anuales divididos en 14 pagas”.

Imaginé a mi jefe francés diciéndole una cifra similar (o la equivalente al nivel económico francés) a una nueva empleada que optara a ocupar un puesto como aquel, y sabría que a mi exjefe se le caería la cara de vergüenza al recitarla.

Por el contrario, aquel tipo ni pestañeó.

“Entonces, discúlpeme, pero creo que este no es mi sitio”.

Me levanté, cogí mi bolso y mi abrigo y le tendí la mano.

“Siento decirla, señorita Ortiz, que el mundo laboral en Francia es muy diferente al español. Las empresas españolas no pueden permitirse unos sueldos tan desorbitados como los de nuestros vecinos galos”.

Desorbitada era otra cosa que se me ocurría a mí, pero opté por sonreír y añadir:

“Muchas gracias, pero prefiero seguir buscando un sitio donde se me valore”.

Salí por la puerta. Afuera, en la pequeña sala de espera, una docena de hombres y mujeres bien vestidos esperaban su turno para ser entrevistados.

En el rostro de algunos podía ver seriedad, tensión, nervios, incluso en alguno, cierto aire socarrón. Pero lo que más miedo me dio, fue ver el pánico ya dibujado de antemano en la cara de algunos, necesitados de ese trabajo.

Y supe, sin lugar a dudas, que el entrevistador encontraría a alguien entre todos ellos que haría aquél trabajo por 18000€.

 

* * *

 

“¿Qué tal la entrevista?”

“Una mierda”.

Dejé el bolso y el abrigo en el sofá del salón, donde Fénix leía el Cuore tumbado.

“Bueno, es la primera, no te desanimes”.

“Tienes razón”.

Alcé el puño, haciendo acopio de energías.

 

* * *

 

Otra (maldita) entrevista de trabajo.

Es la décima que paso en estas cuatro semanas, desde que con la primera diera oficialmente el pistoletazo de salida a mi búsqueda de empleo.

Había visto ya de todo:

Entrevistas en las que no se creían mi curriculum.

Entrevistas en las que menospreciaban mi experiencia laboral en Francia.

Entrevistas en las que me ofrecían cantidades ridículas por trabajos descomunales.

Entrevistas en las que tenían la desfachatez de pedirme que me hiciera autónoma para que luego trabajara para ellos.

Y, por supuesto, entrevistas en las que menospreciaban mi curriculum, me pedían que me hiciera autónoma y encima me querían pagar una mierda.

Y mientras, mis ahorros reduciéndose drásticamente en mi cuenta.

Había perdido la cuenta de en cuántas entrevistas me había levantado ya al ver que me estaban tomando el pelo y, aunque salía de todas ellas educadamente, empezaba a perder la paciencia.

 

* * *

 

Entré en la sala de espera. Había solo cuatro candidatos más, eso ya era un alivio. Entrar en una sala llena de más de diez postulantes, era emocionalmente agotador.

De pronto reconocí a uno de ellos.

“¿Javier? Soy Marta Ortiz, estudiábamos juntos en las escuela”.

Al reconocerme, a él se le iluminó el rostro.

“Hey, ¿qué tal? Te hacía en Francia”.

Me senté junto a él y en el tiempo que permanecimos en la sala, nos pusimos al día de nuestras vidas.

Se había casado y se había ido a vivir con su novia al piso que habían comprado juntos en Las Tablas. Ella tenía un trabajo fijo, pero él, desde que salimos de la escuela, no había dejado de dar tumbos por trabajos de poca monta, temporales, o de baja responsabilidad.

Aún así, no estaba desanimado, aunque se le veía nervioso e inseguro. Solo decía que no le importaba ir cambiando de una cosa a otra.

Yo le conté que había decidido venirme a España para estar cerca de la familia y los amigos, y que ahora buscaba trabajo.

Internamente, lo sentí por él. Desconocía el perfil de los otros tres asistentes a la entrevista, pero entre mi curriculum y el de mi colega, el mío era mejor, y los 24000€ brutos que ofrecían aquí me parecían ya un tesoro comparado con lo que me habían ofrecido por otros sitios, así que de cogerme a mí, yo no iba a dejar escapar la oportunidad.

Entró a la entrevista, estuvo unos veinte minutos, y salió sonriente, aunque todavía nervioso.

“¿Qué tal?”

“Bien, creo que ha ido muy bien”, me dijo, encogiéndose de hombros. Nos despedimos y se marchó.

Para mis adentros pensé en lo difícil que sería para él encontrar trabajo. Yo, que tenía un curriculum bastante bueno, me las veía canutas, él, que no había hecho nada relevante a lo largo de sus seis años de experiencia profesional, lo tenía más difícil.

 

* * *

 

Ricardo entró en el salón y me vio buscando más ofertas de trabajo en Infojobs y Monster.

“¿Te has creado un Linkedin?”

“Cari, eso lo tenía yo antes de tú saber que existía el Grindr”.

“¿Y qué tal?”

“Fatal”.

Dejé el ordenador a un lado.

“No sabía que el mercado laboral en España estaba tan mal”.

“Ya…”

“Encima, como Fénix ha encontrado trabajo tan rápido, pensé que yo no tendría tampoco problema”.

“No estáis en el mismo mercado, Marta”.

“Ya…”

Solté un suspiro.

“¿Como vas de perras?”

“Bien. O sea, no estoy bollante, pero bien. Con los gastos actuales podría aguantar hasta mediados de verano. Si lo hago bien, hasta septiembre”.

“Si necesitas, dímelo. Algo podría dejarte”.

“Gracias, Ricardo, pero por ahora me apaño”.

Él asintió y salió del salón.

 

* * *

 

Me dirijo de otra entrevista.

Llueve.

Camino con mis botas negras sorteando charcos, sujetando el paraguas, intentando que no se me moje el pelo y llegar echa una pordiosera a la entrevista.

Intento mantenerme fuerte en cada una de ellas, que mi valía se desprenda de cada poro de mi ser. Aunque debo reconocer que a veces las fuerzas me flaquean y me he planteado usar una minifalda, un escote más pronunciado o un tacón de infarto para poner toda la carne en el asador y conseguir un trabajo digno. Pero he sido incapaz. Va contra mis principios encontrar un trabajo digno, si no lo he conseguido por mis méritos.

Aún así entiendo que una buena imagen -profesional, seria aunque dinámica-, debo desprenderla… Sin embargo, los días con lluvia no ayudan especialmente a llegar esplendorosa a la entrevista.

De pronto alguien me llama desde la otra acera.

Es Javier, que va trajeado bajo un paraguas de propaganda del Mercadona.

Cruza y me saluda sonriente con dos besos.

“Hey, ¿a dónde vas con esas prisas?”

“A otra entrevista de trabajo”, le digo, resguardándome bajo su paraguas y cerrando el mío para no sacarnos un ojo con las puntas metálicas el uno del otro. “Pensé que igual coincidiríamos en alguna otra entrevista”, añado.

“Es que me cogieron de aquella en la que coincidimos, ¿recuerdas?”

Siendo un puñetazo en el estómago, pero aguanto la falta de aire con una sonrisa radiante.

“Genial, me alegro mucho”.

“Sí, he tenido mazo de suerte. Ahora te tengo que dejar, que llego tarde a la oficina”.

Se despide con dos besos.

Vuelvo a taparme con mi paraguas y sigo camino, notando mis fuerzas escurrirse por la alcantarilla más cercana. De pronto siento ganas de llorar.

Oigo que me llaman. Me vuelvo y es Javier, que desde lejos me saluda con la mano alzada.

“Se me olvidaba desearte suerte”.

“¡Gracias!”

Le grito, y vuelvo a mostrar mi sonrisa profiden, para verle dar media vuelta y desaparecer calle abajo.

No puedo odiarle. Ha tenido suerte.

Pero sigo con ganas de llorar.

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