Fénix Carrier

T2-9 – Fénix – Compartir piso

Parece que dar un paso en la vida es algo harto complicado, que requiere un duro esfuerzo, una planificación previa…

Pero la verdad es que cualquier paso en la vida solo necesita una cosa: tomar una decisión.

La decisión te anima a actuar, actuar pone los engranajes en marcha y cuando te quieres dar cuenta, has hecho ya un esfuerzo y has cambiado tu vida.

Eso fue lo que me pasó a mí.

Sí, aquella noche de diciembre, viendo a la ciudad de Toulouse brillar frente a mí, decidí que era el momento de volver a Madrid.

Y si durante estos últimos años me había estado quejando porque el Universo no parecía ponerme las cosas fáciles, en cuanto me puse en marcha para regresar a España, pareció ir allanándome el terreno:

“¿Para febrero dices que te vienes?”, era Ricardo, hablándome por teléfono, “¡Eso está de puta madre, Fénix! ¡Yo acabo el contrato de alquiler en breve y podemos buscar algo para vivir juntos!”

Parecía que daba botes al otro lado del teléfono.

“Marta también se baja”.

“¡Dios, por fin, que me habíais dejado solo, cabrones! Voy a buscar algo para los tres a la de ¡YA! Y en Chueca, ¡eh! Dile a la marichocho que se vaya haciendo a la idea”.

Ricardo normalmente era comedido, pero cuando se venía arriba…

Que Ricardo buscara el piso, era una ventaja. Conocía los pisos de alquiler en los que había vivido él y todos tenían un aprobado alto. Yo estaba seguro de que él encontraría un piso guay, de buenas calidades. Y que yo no tuviera que preocuparme de ello, era un alivio. Pero…

¿Realmente era buena idea compartir piso con mis mejores amigos?

Cuando se lo expuse a Jullien, me miró sorprendido.

Estábamos en las galerías Lafayette de Toulouse, porque me había pedido que le echara una mano y elegir un regalo de Papá Noel para su madre. Habíamos descartado ya los perfumes y los zapatos.

“¿Qué tiene de malo vivir con tus mejores amigos? Todo lo contrario, debe ser lo mejor”.

Negué con vehemencia.

“Los amigos son gente con la que compartes risas, llantos y temas varios, pero luego cada uno a su casa y santaspascuas. De hecho, si alguna vez me pasa algo, yo acudo a casa de Marta o la tuya para buscar refugio cuando en la mía no lo encuentro…”

“Pues ahora lo tendrás en el mismo pasillo, ¿qué problema hay?”, cogió una blusa con lentejuelas y retorció el morro.

“Me da miedo que los temas de convivencia estropeen la amistad. Estando cada uno en nuestra casa estamos a salvo de eso. Convivir puede hacer que nos tiremos los trastos a la cabeza”.

Jullien le quitó importancia.

“Eso os unirá más. Todos los amigos discuten”.

“Jo… Pero yo no quiero discutir”, me quejé.

“Pues dile a tu amigo Ricardo que no se moleste. Que quieres buscar piso por tu cuenta”.

“¿Y romperle la ilusión?”, le miré, con el rostro desencajado.

Jullien me miró, ceñudo.

Exhalé un suspiro.

“Jullien, es que te lo estaba comentando a ti pensando que coincidirías conmigo en que la idea de vivir juntos Marta, Ricardo y yo era una AUTENTICA locura. Eso quizás me habría motivado a decirle algo a Ricardo… Pero resulta que tú ¡no le ves problema!”

Apoyé la cabeza en un perchero, derrotado.

Él se encogió de hombros. Estábamos llegando a la sección de lencería.

Puse los ojos en blanco.

“Yo que tú iría a la sección de complementos y le compraba a tu madre un pañuelo de diseño… caro”.

Jullien asintió.

Al día siguiente quedé con Marta para que me ayudara a preparar mi currículum y comenzar a buscar trabajo en España.

“Ahora todo se hace por internet, cari”, me explicaba, abriendo página tras página de tiendas de moda.

Una vez actualizado mi CV con mi experiencia en Francia, comenzamos a echar en todas las que se nos ocurrían. Empecé por lo alto: Carolina Herrera, Louis Buiton, Prada, Cartier… y luego ya me fui a algo más realista: Zara, H&M, Sfera, Bershka, El Corte Inglés…

“Por cierto, Ricardo me ha dicho lo de que está buscando piso para los tres”, me dijo de pronto Marta, volviéndose hacia mí tras ayudarme a enviar el currículum a la última marca que se nos había ocurrido de la lista.

La miré, impertérrito, estudiando su expresión. Odio cuando la gente suelta algo en ese tono que no sabes si le mola o le desagrada la idea. Como cuando alguien se ríe y parece que llora, o llora y parece que se ríe… ¡Dios es un lío!

“S-s-sí”, traté de darle yo también una entonación neutra.

“¿Qué pasa? ¿No te mola la idea?”.

Me quedé boquiabierto por un instante. Luego, hundí los hombros.

“Verás, no es que no me mole la idea… es que me da miedo que la convivencia afecte a nuestra amistad”.

Marta me miró, sonriente.

“Lo que pasa es que te da corte que podamos ver los maromos que te subes a casa”.

“Eso también. Pero hablo en serio… ¿Y si descubrimos que no nos aguantamos? ¿Y si Ricardo y tú descubrís que no soportáis vivir conmigo?”

“Siempre puedes volver con tus padres…” seguía con esa sonrisa burlona.

Retorcí el morro.

“Si voy a casa de mis padres diciendo que he discutido con vosotros, encima mi madre me echará la bronca”, protesté.

Marta se rió, y sin más, me dio un achuchón.

“No seas bobo, cari. Si esto es amistad verdadera, aguantaremos lo que sea”.

De pronto, tener aquel abrazo cariñoso y reconfortante en el mismo pasillo, me parecía la mejor idea del mundo.

Siguiente Publicación

Anterior Publicación

Dejar una contestacion

© 2025 Fénix Carrier

Tema de Anders Norén