Fénix Carrier

T2-10 – Fénix – Back to the future

“¡Estoy como loca, cari!”, no, no era Marta la que lo gritaba. Era yo, dando saltos en mi nueva habitación.

Un amplio ventanal luminoso se abría a la izquierda de la cama y el visillo blanco se balanceaba, mecido por una suave y fría brisa mañanera, acariciando la maleta que acababa de dejar yo en el suelo.

Ante la idea de que Marta y yo volvíamos a Madrid, Ricardo se puso las pilas y buscó un piso para irnos los tres a vivir juntos.

La vida volvía a dar un cambio brusco. Un giro sobre sí misma para volverse un nuevo mundo por explorar. De pronto me sentía como una mariposa saliendo de su crisálida. Descubriendo el mundo. Un mundo que era el mismo que había dejado atrás años antes, pero que ahora lo miraba con otros ojos.

Yo ya no era el mismo que se había marchado huyendo. Ahora regresaba con fuerzas y ganas.

Y quizás el universo entero lo había notado, porque se había conjugado para facilitarme las cosas. Nada más empezar a mover mi currículum por internet, me contactaron para un puesto en una tienda de ropa del centro, en la calle Carretas.

Todo pareció precipitarse, porque Marta empezó a zanjar también sus temas en Toulouse para regresar a Madrid.

Para no dejar en la estacada a sus compañeros de trabajo, planificó con sus jefes una marcha a más lento plazo. Y como tiene unos ahorrillos, ha decidido venirse sin trabajo y probar suerte una vez aquí. Sus jefes franceses le han dicho que si no encuentra trabajo en España y quiere volver a Francia, no dude en llamarles.

Así que mi amiga llegará aquí a final de mes.

Mientras, Ricardo y yo nos acoplamos al piso nuevo y esperamos al cuarto miembro, un primo de un compañero de trabajo de Ricardo que se viene a buscar trabajo a Madrid y busca piso. Porque Ricardo encontró un PISAZO en Chueca que nos enamoró a los tres, pero que Marta, Ricardo y yo no podíamos pagar solos… así que nos hemos lanzado a llenar la cuarta habitación.

Todavía no conocemos a Pablo, pero espero que sea majo…

Por otra parte, Ricardo había hecho hincapié sobre la importancia que daba el casero a la lámpara de araña del salón, y a que la cuidáramos, que era un ejemplar único, y no sé qué más, pero tampoco le hice mucho caso.

“Qué fuerte, Ricardo, estoy otra vez aquí”, dije, exultante. Él se rió, dejando en el suelo las bolsas de viaje que me ayudaba a subir. “Se acabó el intentar ligar con franceses y enfrentarme a la barrera del idioma, la barrera cultural, las diferencias en la forma de ligar… Sé que todo ahora será más fácil”.

Me volví a la ventana.

“El amor está ahí afuera, esperándome”, exclamé. Me volví a mi amigo, sentándome en el borde de la cama. “Tú tienes el Grindr en el móvil, ¿no?”. Ricardo asintió. “Yo en cuanto me conecte al Wifi, me lo descargo, pero mientras, ven aquí”, di una palmada en el colchón desnudo, a mi lado, para que mi amigo se sentara a mi vera, “saca tu teléfono y ves mostrándome qué se cuece por aquí. ¡Estoy ávido por ver el ganado!”, batí palmas.

Ricardo soltó una carcajada y se sentó a mi lado, teléfono en mano. Abrió Grindr y empezaron a salir fotos de tíos mostrando torso, pectorales y abdominales perfectamente definidas…

“U-un mo-mo-momento”, balbuceé, “¡¿cómo voy a competir contra todo esto?!”

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