Fénix Carrier

T2-23 – Fénix – Competir

Competir por un tío no entraba dentro de mis planes. Y menos con Ricardo.

Ahí estábamos, en plena pista de baile y me puse a echarle miraditas al chico guapo que tenía a mi lado.

No voy a negar que ese juego de seducción me atrae. Ese gusanillo de saberte en una delgada línea, a la caza de cualquier señal para saber si hay luz verde o un STOP en toda regla. La gente no tendemos a ser brusca y cortante habitualmente, aunque haberlos, haylos, así que de pronto te mueves al ritmo de la marea y tratas de vislumbrar puerto entre la neblina.

Hay una sensación de fluidez, y de pronto sabes que estás VIVIENDO LA VIDA, así, en mayúsculas.

Y te deslizas por el tobogán de la incertidumbre.

Que si él te mira. Que si tú sonríes. Qué si él te devuelve la sonrisa y no aparta la mirada…

Y justo cuando piensas que por fin, ¡POR FIN!, has conectado con alguien, llega quien menos te lo esperas y…

Ricardo, que bailaba a mi lado, se acercó al chico en cuestión y le echó miraditas. Sí, querido lector, miraditas. Y cuando me quise dar cuenta, mi amigo ya hablaba con el tipo aquel.

En mi pecho prendió la llama de la incredulidad y la decepción.

Jo, eso no vale, pensé. Ricardo podía tener a casi quién quisiera. Follaba todas las semanas. Y era obvio que aquel tipo y yo estábamos conectando, era imposible que no se hubiera dado cuenta… ¿Por qué no me lo dejaba a mí?

De pronto supe que no tenía nada que hacer.

Ricardo es más alto, más hombre que yo. Y sabe jugar muy bien sus cartas de seducción.

No podía competir con él.

Y tampoco quería.

Hundí los hombros y miré por encima de la multitud como si buscara a otra persona, tratando de mantenerme al margen de la escena que se desarrollaba a mi lado, cuando en realidad lo que estaba haciendo era digerir la rabia que bullía dentro de mí.

No entendía nada.

Ricardo, mejor que nadie, sabía lo que me costaba encontrar alguien que me atrajera, y más difícil aún era encontrar a alguien a quien además yo atrajera. Sabiéndolo, ¿cómo se entrometía entre aquel chico y yo?

Respiré hondo, di un trago a mi copa, traté de concentrarme en la música…

¿Acaso tenía derecho de propiedad sobre aquel tipo?

La resignación se apoderó de mí.

Cuando ocurren estas cosas, siempre me digo que si el chico no insiste conmigo es que no está escrito que esté conmigo.

Y ahí sí que te mueves en una delgada línea entre lo que “está de pasar”, como si los designios lo hubieran escrito así desde hacía milenios, y lo que tú “puedes hacer que pase”.

Cuando no te vienen todas de cara en la vida es fácil acogerse a esa línea de pensamiento, esperando, con los dedos cruzados, que la siguiente línea de texto en ese libro infinito de la vida traiga algo positivo para ti.

El misticismo, o la fe religiosa, para aquellos que sí tienen una, puede ser un buen clavo al que aferrarse en ciertos momentos.

Aunque, como todo en esta vida, es un arma de doble filo, invitándonos a caer en una pasividad resignada. Ese “lo que tenga que pasar, que pase”, puede hacernos olvidar que hay ciertas cosas que sí están bajo nuestra influencia. Quizás no nuestro control, pero sí podemos interactuar y tratar de conseguir nuestros objetivos.

Lo que tenga que pasar, que pase, pero con el cupón de la Primitiva que echo todas las semanas. En mis relaciones con los demás, como en otras muchas cosas a mi alcance, alguna capacidad de influir tendré yo, ¿no?

Esa es la mentalidad de gente que no espera a la suerte, sino que sale a buscarla.

Esa es la delgada línea en la que yo también quiero moverme.

Yo quiero salir y buscarla, luchar por ella si hace falta.

Pero no por un tío. No con un amigo.

¿Debíamos “luchar” por los tíos que nos gustaban, como cavernícolas? Si ligar, conocerse, conectar, era cosa de dos… ¿dónde terminaba lo que yo debía hacer y dónde empezaba lo que debía dejar hacer al otro?

Y si recriminaba el comportamiento de mi amigo, ¿también debía recriminarle al chico que me hiciera miraditas a mí y luego se fuera con otro “mejor” que le hiciera caso?

Pensé de pronto que si el tío que me estaba tirando los trastos actuaba así, mejor que se fuera con Ricardo. No era lo que yo buscaba…

Así que me armé de valor, di el último trago a mi copa y me volví a los dos.

Ahora estaban ahí, Ricardo mirando para otro lado, como incómodo, y el chico mirándome a mí, de nuevo risueño.

“Ricardo, yo voy a la barra a pedirme otra”, dije. Mi amigo me mostró la suya vacía y asintió, poniéndose en marcha.

Entonces me dieron un toque en el hombro y al volverme vi que el chico estaba a mi lado, mirándome sonriente.

Me guiñó un ojo.

“¿Por qué te vas?”, me dijo, con cierto aire meloso.

“No te veía con las ideas claras”, dije. No estaba yo para andarme con rodeos.

Mostró una cara de sorpresa, dio un paso al frente y, suavemente, me dio un beso.

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